Dignidad

Cuando se pierde la dignidad, se pierde todo. Es como dejar caer un jarro de porcelana y ver como se quiebra en mil pedazos, así me sentí, cuando mi madre me echó de la casa por drogadicta. En ese tiempo no lo aceptaba, la odié con toda mi alma y juré vengarme. Una semana después quemé su casa, pero lejos de satisfacer mí odio, fue el inicio de mi fin. No dudó en denunciarme. Me encerraron por cinco años, gracias a que mi abogado apeló a que estaba drogada y no sabía lo que hacía. Desde el estrado vi el odio de mi madre y de mis hermanitos. Escuché la sentencia, mientras en mi mente pedía perdón. La cárcel terminó de cerrar la coraza que cubría mi ser.
Llevaba poco más de un año, cuando en la ducha fui abordaba por “la diabla” como la llamaban, me apretó fuerte con sus brazos por detrás, hasta que agoté mis fuerzas intentando soltarme de su cuerpo. Me besó y me recorrió con sus gruesas manos, me sentí aún más sucia. Acepté ser su protegida, sabía que no podía sola a pesar de lo dura que me creía. Logré salir antes, por buena conducta.
El día de mi libertad, se abrió la puerta y entró el bullicio de la calle junto con el sol abrazante. Nadie me esperaba. Caminé sin rumbo, me sentía aterrada. Creía llevar un cártel sobre mi espalda, que me delataba como presidaria. Con la llegada de la noche, reaparecieron mis miedos. Logré encontrar refugio en una camioneta abandonada. No sabía que hacer, mi cabeza trabajaba a mil revoluciones, preguntas, dudas, temores, se paseaban aturdiéndome, por fin, pasada la medianoche logré conciliar el sueño. Al amanecer, me encontró un seminarista. Parecía bueno y acepté acompañarlo hasta un convento, no muy lejos de donde me encontró. Las monjas no preguntaron nada, me acogieron sin preguntas. Me sentí protegida. Llevaba tres meses, mi vida había encontrado un sentido. Vivía relajada en ese ambiente, me trataban con cariño y me hacían sentir digna. Creí encontrar el camino de salvación. Entonces, vi a la hermana Angelinna por primera vez. Para entonces, no sabía que se llamaba así. Su rostro pálido, y sus ojos lastimosos me atrajeron de inmediato. Tenía que ser su amiga.
Primero fue en la cocina, donde compartíamos los jueves, luego el jardín, fin de semana por medio, el tiempo que pasábamos juntas. Una tarde, me colé en su habitación, y vi su cuerpo desnudo. Me sentí confundida, me gustaba una mujer. Me desnudé y me metí entre las sábanas. Puse mi mano sobre su boca, con la misma presión que la diabla lo hizo conmigo, entonces me puse sobre ella, y apegue mi pelvis, sentí su resistencia, la misma que puse en mi primer encuentro con la diabla, Ahora era yo la que buscaba poseer,  vi en los ojos de Angelinna el mismo terror que debieron tener los míos, entonces saqué mi mano de su boca, y antes de que intentara gritar la besé con una pasión desenfrenada, pasé de la fuerza a la ternura, recorrí su cuerpo delgado, hasta  lograr que no opusiera más resistencia. Antes del alba, me retiré de su dormitorio sin ser vista. Las dos semanas siguientes no me dirigió palabra, la mayor parte Angelinna se lo pasaba rezando, con el rosario entre sus blancas manos.
Sentí que mi vida, tal como mi alma estaban condenadas. Hui del convento, pues no fui capaz de despedirme. La hermana Angelinna, enfermó y la madre superiora ordenó que fueran a buscarme.
La encontraron vagando borracha. Le encomendaron el cuidado de Angelinna. Fue su enfermera incondicional durante tres noches seguidas. Cuando despertó Angelinna, sonrió y la atrajo hasta su pecho. Esa noche se amaron sin temor. Planearon huir, dejaría los hábitos y se irían a vivir juntas. Reían y se abrazaban cuando fueron sorprendidas por sor Matilde. Otra vez fue echada a la calle. Sintió que lo último que le quedaba de dignidad, se terminó de quebrar.
Pasó de la calle, a la prostitución rápidamente, y se hacía llamar “La Diabla”, tal como aquella que la iniciara. Era la única que comenzó a atender clientas, aparte de los caballeros engominados que la buscaban. Eso la colocó en una categoría que atemorizaba a sus pares y atraía a la clientela. Sus tarifas superaban con creces al resto. Producto de su odio enquistado, se convirtió en una experta sodomita, y su apodo de “La Diabla” trascendió las fronteras a tal punto que decidió poner su propio local nocturno. El que apodó “El rey Satanás”. Las mujeres del pueblo, iniciaron una persecución en su contra, publicando todo tipo de barbaridades en el diario oficial del pueblo, pero lejos de causarle daño a su imagen, la hicieron aún más poderosa. Todo el mundo quería estar con ella, fueron los más ricos, quienes la pusieron en el lugar de diosa, al tratar de hacer exclusivos sus servicios, cada cual ofrecía pagar honorarios elevadísimos. Creía que ese era su destino. A veces durante los servicios, se sentía totalmente poseída y se dejaba llevar, como la vez que descargó su ira, y maltrató a latigazos al juez Durán, quien estuvo dos semanas internado por la gravedad de las heridas provocadas. El propio juez, en su estado de delirio la hizo aún más famosa, y los servicios de sadomasoquismo, eran cada vez más solicitados. A veces, cuando azotaba a uno de sus clientes descargaba su furia contenida, por estar lejos de Angelinna, o por haber sido iniciada en la cárcel por aquella que llevaba ahora su apodo, por no poder dejar de drogarse, de no tener un hogar...
Una tarde que llovía torrencialmente, se disponía a cerrar las cortinas de su habitación, cuando vio a un muchacho empapado, intentando guarecerse dentro de un auto. Como un flash se vio retratada en aquel muchacho, cuando salió de la cárcel. Pidió a uno de sus guardias, lo trajese. Era delgado, pequeño y tenía una cara de ángel. Le quitó la ropa mojada con la habilidad acostumbraba. Cuando le observó desnudo, le sobrevinieron ganas de entretenerse con él. Tiritaba, no sabía si era de frío o de nervios. Poco a poco le fue seduciendo. Lo metió en la cama y dejó que experimentara con su cuerpo. Por primera vez, en su vida durmió con un hombre toda la noche. Al amanecer le pidió se fuera. Su ropa estaba aún húmeda, pero eso no le importó. Le pasó plata para que tomara un buen desayuno. Desde entonces, el joven volvía por las noches, y se paraba frente a su ventana, esperando que le invitara a pasar. Al principio fue como un juego. Sin embargo, el joven cada vez se iba poniendo más diestro y fue de a poco despertando a la mujer que llevaba dentro. Se dejó llevar sin saber que estaba cayendo en su propia trampa. El joven ganó fama de galán, era el amante de “La Diabla” y las mujeres le buscaban. Ya no se le veía por las calles. Es más, era común verlo subir y bajar de elegantes autos. Vestía bien, y dormía en elegantes hoteles fuera del pueblo. Dejó de visitarla.
“La Diabla” se sintió traicionada, era su juguete y lo quería de vuelta. Pidió a sus guardias buscaran la joven más bonita y sensual de los alrededores y se la trajeran, costara lo que costara. Una semana más tarde, se presentaron con una joven de cabellos rojos que la encandiló con su belleza. Le ofreció una suma considerable, para que aceptara ser su doncella. La vistió con los vestidos más finos de la época, le dejaba darse baños de espuma, le fue enseñando todos los trucos necesarios con los hombres. Fue apodada la “diablilla”, pero no atendía a nadie. “La Diabla” puso precio a su virginidad, y llegaron hasta príncipes, reyes, y condes a ofrecer sus tributos. Todos eran elegantemente rechazados. La fama de la diabilla, llegó incluso hasta los oídos del Zar Emilio, un don Juan de tomo y lomo quien llegó al punto de pedir su mano, con tal de poseerla.
Una tarde, en los jardines de la mansión de “La Diabla”, se presentó su antiguo amante, pero no veía a verla, fue atraído por la fama de su protegida, a quien abordó, usando sus mejores trucos. La diablilla, que estaba estratégicamente entrenada, le rechazó y le dio la espalda.
Noche tras noche, durante dos meses, se vieron en los jardines, siendo observados a la distancia por “La Diabla”. Entonces, le encargó dejarse seducir hasta el punto de ofrecerle llevarlo a su habitación. El joven se sentía triunfador, más cuando acostado vio que a la escena se incorporaba la mismísima Diabla. No cabía en sus anchas, se dejó acariciar por ambas mujeres.
Pletórico, abrió sus brazos para apoyarlos detrás de su cabeza, dispuesto a contemplar la culminación de su fama. La diabilla era hábil con sus manos, y lo gozaba, vio a “La Diabla” desnuda acercarse ocultando algo tras su espalda. Sus ojos pasaron de la expresión de máximo goce al más profundo terror cuando la mano hábil, dejó ver el azadón con que cortó su miembro, el que saltó lejos. Sangraba, y se retorcía de dolor, mientras las mujeres reían satisfechas. La diabilla, lamía los dedos de “La Diabla” bañados en sangre. El dolor se hacía cada vez más intenso, la sangre fluía a raudales, y un golpe eléctrico se apoderaba de sus brazos, quería gritar, pero prefirió mantenerse digno. La habitación se fue oscureciendo y sus ojos se cerraban entre tinieblas, lo último que alcanzó a escuchar antes de perder el conocimiento fue la risa de ambas.
Despertó en el hospital, adolorido, con las pocas fuerzas, levantó las sábanas y vio que al menos los médicos le habían devuelto su dignidad.


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Las plantas

Cuando el padre llegó del viaje, les trajo a sus hijas dos lindas plantas. Antes de entregárselas le dijo a la mayor Anisa que eligiera una de sus manos ocultas tras su espalda. Anisa eligió la izquierda y el padre le extendió una maceta con un jazmín de arabia florecido. Luego extendió la maceta que tenía en la derecha, y se la pasó a su hija menor Habiba, quien, al ver un simple cactus, y compararlo con el jazmín de su hermana, soltó el llanto y salió corriendo.
Aban, sosteniendo el cactus, siguió a su hija, hasta el patio. ¿Por qué lloras Habiba? – le preguntó suavemente. Me diste la planta más fea, contestó la hija. Te equivocas hijas, te has quedado con la más bella. Eso lo dices para que me quede con ese feo cactus. Hija tu padre no miente -dijo- y le dejó a su lado la maceta con el cactus, mientras volvía al interior de la casa.
El jazmín de Anisa, cada día florecía más y más, y sus blancas flores se veían luminosas en el comedor de la casa. Habiba, seguía molesta y no se preocupaba del cactus, que había quedado en el mismo lugar que lo dejara su padre. Un día su hermana mayor, al verla tan triste le ofreció cambiársela por el cactus. Habiba estaba feliz. Su hermana ahora tendría el feo cactus.
Lo primero que hizo Anisa, fue ponerlo al sol y regarlo con agua. Pasaba las tardes conversando con el cactus y lo llevaba donde iba. Aban la observaba orgulloso.
Tuvo que emprender un largo viaje. Antes de partir, pidió a sus hijas que cuidaran de las plantas que les había regalado. Ambas hicieron la promesa de hacerlo.
Pero con el correr de los días, Habiba fue perdiendo el interés por el hermoso jazmín.
Al regreso de Aban, lo primero que preguntó a sus hijas fue por las plantas. Ambas contestaron que habían cumplido su promesa. Le bastó al padre echar una oteada al jazmín, para saber que Habiba mentía. Pese a que el cactus permanecía igual a cuando había partido, estaba seguro que Anisa cumplió su promesa.
A las dos semanas del regreso del padre, el cactus dio una hermosa flor amarilla con pequeñas manchas rojas. Todos admiraban lo hermosa que era. Nuevamente Habiba, salió corriendo al patio a llorar.
¿Por qué lloras Habiba? – le preguntó suavemente. Le diste la planta más linda a mi hermana, contestó la hija.  Esa había sido tuya al principio, tú decidiste cambiarla. Pero tú sabías que era la más hermosa y aun así dejaste que la cambiara. Lo que pasa hijita, es que tú siempre viste su exterior, nunca viste su interior, en cambio tu hermana sí. Tienes razón papá – contestó la pequeña. La próxima vez, lo haré, y lo abrazó mientras se secaba las lágrimas.

Aban, la tomó en brazo y contento regresó al interior de la casa.

86400

Son los segundos que tiene un día.Ciertamente, algunos de ellos los vivimos durmiendo,pero más allá de los segundos que estemos despiertos o no, te has puesto a pensar como son esos mismos segundos que te brinda la vida día a día, para alguien postrado en cama que espera la donación de un órgano para que pueda seguir viviendo, o el presidiario que al término de los 86400 segundos deba enfrentar la pena de muerte, o como serían esos mismos segundos si te hubieses caído escalando la montaña, y debieses esperar la noche para que puedan ir en tu rescate, o más cerca aún, como fueron esos mismos segundos para los 33 mineros que quedaron atrapados en la mina. Sin duda, hay miles de 86400 segundos que tendrán diferente connotación según sea el caso. 

Lo que no debes olvidar, es que la vida te regala estos segundos cada día, y que sólo tú eres el responsable de disfrutarlos, de querer compartirlos, de agradecerlos, de hacer algo por otro, de ser consciente y respetuoso con éste regalo del universo. Los segundos pueden ser insignificantes para la mayoría, pero tremendamente importante para otros. Depende de tí, el valor que les des.

No te olvides, son 86400 que te brinda la vida, cada día. Algunos de ellos, los ocupaste leyendo ésto, espero que después de leerlo, los próximos te sean más valiosos. 

Propuesta indecente



Lo que parecía una reunión ordinaria, tomó un giro curioso cuando el dueño de casa parsimoniosamente preguntó ¿Creen en los milagros? dirigiéndose a sus amigos Ángelo y Francesca, así como su esposa.
A que viene esa pregunta tan de repente –respondió Ángelo… ¿A título de qué? ¡Ah!  no me digas nada, tu viaje a la India te develó un secreto tibetano, o algo parecido, y lanzó una risotada, que encontró coro en Francesca. Sí, es cierto, algo así me pasó, algo maravilloso que hizo replantearme mi vida - repuso cadenciosamente – al tiempo que posaba su mirada en Renata en son de refugio, algo incómoda con la confesión. Anda Max déjate de rodeos, cuenta ya, nos estás poniendo nerviosos a todos, agregó Francesca intentando distender la situación al darse cuenta de la incomodidad de su amiga.
Ustedes saben que estos últimos años mi empresa ha crecido más del doble, y que en este viaje pensaba abrir sucursales en Dubái y Calcuta, pues bien, fue en esta última ciudad donde el milagro ocurrió ¿milagro? preguntó su esposa extrañada al enterarse en ese momento lo que estaba revelando… sí mi amor –continuó él, incorporándose para quedar de espalda a todos, que miraban asombrados. Sucedió el domingo antes de tomar el avión de regreso - aspiró largamente el cigarrillo que sostenía y continuó- caminaba por una de las calles del sector Oriente de Calcuta en dirección al mercado, pensaba traerte un arreglo de flores secas que venden allá –agregó -mirando a su mujer, al tiempo que levantaba la copa en su dirección. Quizás cometí el error de acudir al mediodía, cuando el sol se empina y calienta de sobremanera en esa ciudad. No puedo precisarles que fue realmente lo que me pasó, de pronto comencé a sentirme mal, transpiraba helado y las pulsaciones de mi corazón eran arrítmicas, en ese instante, creí que era producto del sol reinante e intenté buscar refugio al creer que me desmayaba, por eso intenté apoyarme en la puerta de una de las casas del sector. Cual sería mí sorpresa, cuando al posar mi hombro sobre esta, cedió haciéndome caer de bruces al interior. Una vez adentro me dio la sensación de haber caído en una casa medio abandonada. Les juro que desde ese momento algo me decía que las cosas se iban a poner feas. El barrio principalmente de comercio, está lleno de negocios, locales o restaurantes, etc., es demasiado costoso, como para que existiera una casa abandonada. No tenía fuerzas para ponerme de pie, sentí que perdía el conocimiento, desvariaba, nunca me imaginé que pudiese estar sufriendo un infarto, que fue lo que realmente me sucedió. La casa estaba totalmente a oscuras a pesar de ser de día, era fría, tenía las paredes en su mayoría destruidas, como si en el pasado la hubiesen bombardeado. El silencio era penetrante, se apoderaba de toda la construcción. No podía entender mi mala suerte, me sentí desgraciado por estar ahí, sufriendo mi agonía, de algún modo presentía que me estaba muriendo en un día hermoso de verano, en medio del bullicio reinante de la ciudad, pasando totalmente desapercibido. Miré en dirección a la puerta que había cedido al apoyarme, y paradójicamente se hallaba totalmente tapiada. Era imposible que yo la hubiera atravesado, con el sólo peso de mi cuerpo. Créanme, sentí terror de morir ahí, me encomendé por primera vez a dios como un niño asustado. Mi falta de creencia todos estos años, no me hacia un buen cristiano. Desesperado, quise gritar pidiendo auxilio, pero se me apretó la garganta y no pude pronunciar palabras. Créanme amigos, en ese momento toda mi vida pasó frente a mí, develada en una breve película. Se me escapaba entre mis manos y no podía retenerla. Todo lo que había logrado en años, se diluía frente a mí, en segundos.
Estaba a menos de un metro de la puerta que me separaba con el gentío y no era capaz de moverme, la agonía era tremenda. Pensaba en ti amor, te veía lejana, ausente, anhelaba que estuvieras a mi lado, de que me servía todo mi éxito financiero. En ese momento, todo mi dinero no me salvaría de la muerte. No puedo precisarles cuanto tiempo estuve viviendo esta tortura, el tiempo me pareció una eternidad. Justo en el instante que creía desfallecer, que finalmente la muerte me tomaba en sus brazos, ocurrió el milagro. Entre las penumbras, divisé una figura, pensé que venía la muerte a buscarme, aunque ustedes no lo crean, un niño apareció. Mi miró sereno y se llevó un dedo a los labios como invitándome a guardar silencio. Del resto no recuerdo nada. Desperté en el hospital… esa fue la verdadera razón por la que perdí el vuelo…
Dos días después fui dado de alta. Sentí una necesidad de volver al lugar, necesitaba visitar la casa abandonada, más no la encontré. Por más que recorrí el sector, no pude dar con ella, menos con el niño. Recuerdo que cuando pregunté en el hospital por el pequeño que me había salvado, me respondieron que no hubo tal, que me desmayé en medio de la calle, producto de sufrir un pre-infarto y que fueron los comerciantes del sector, los que llamaron la ambulancia.
Ángelo se levantó aún perplejo y le tomó por los hombros, perdona no sabía -exclamó – aún confundido… no sé qué decir y le abrazó. El ambiente se puso tenso, Renata y Francesca se miraban, mientras ambos permanecían abrazados.
Era impresionante ver a Max, un hombre corpulento empequeñecerse entre los brazos de Ángelo bastante más delgado y de menor estatura. Sin embargo, en esos momentos parecía enorme frente a los ojos de las mujeres que los observaban emocionadas. Renata quiso cortar el hielo haciendo un brindis por su esposo, invitándole con un gesto cariñoso a sentarse a su lado.
La tensión acumulada un instante atrás se disipó cómo un vaho. Risas, bromas, risotadas, distendieron la reunión. Hubiese continuado de no ser por Max, que, levantándose nuevamente con su copa de vino en la mano, y en actitud grave, dirigiéndose a sus amigos hiciera la propuesta.
A solas en la habitación, cuando las visitas se habían retirado, Renata aún consternada por la situación, exclamó indignada ¿Cómo te atreviste?… ¿Viste la cara de Francesca, cuando le preguntaste si estaba de acuerdo? La pobre no hallaba que contestar… ¡qué vergüenza! ¿Acaso no pensaste en mí? En el papel ridículo que me pusiste… ¿Qué crees que estarán pensando ahora? Lo peor es que somos más que vecinos, somos amigas de los quince años, no tendré cara para hablarle si me la topo en el ascensor o en la entrada al edificio. ¡Haber mujer no seas alharaca! yo sé que se hicieron los ofendidos, pero créeme que en estos momentos le estarán dando vuelta al asunto. Yo sé de negocios, y la suma que les ofrecí es más que tentadora para cualquiera, sé que nunca tendrán una oportunidad mejor, saldrán de todas sus deudas e incluso les alcanzaría para el taller de fotografías que Ángelo siempre soñó montar ¿Tú crees que todo se puede comprar? Pues, te aclaro que no es así –repuso ella, aún molesta. Y ¿Cómo crees que he amasado nuestra fortuna? ¿Nuestra? ¡Todo es tuyo! hasta yo me siento una de tus posesiones… ¡Ah! ¡no vas a empezar con tus latas! ¡Ya sé! ¿Estás en tus días?... ¿Es eso ¿verdad?... ¿O me vas a decir ahora que tú no lo deseabas también? Si, claro que si, pero deberías haberme consultado antes. Además ¿No podías elegir a otro que el esposo de mi mejor amiga para ello? ¿Te imaginas cómo va a verme Ángelo ahora? ¡Cómo siempre te ha visto, cómo mi mujer! nada tiene que cambiar entre nosotros ¿Cómo que nada va a cambiar? Eso que propusiste, sin duda va a cambiar la vida de todos, tarde o temprano, traerá consecuencias, créeme, no creo poder soportarlo. Bueno, si te preocupa tanto eso, nos vamos de acá ¿Y si se arrepiente? Preguntó angustiada. Eso ya lo preví, el contrato en su punto N°6, lo deja establecido antes recibir la suma pactada, es condición, que renuncie a todos sus derechos y a ejercer cualquier acción legal contra nosotros. Lo consulté con mi abogado. ¡Ah no! ¿También el abogado está enterado? que vergüenza, ya no podré salir más a la calle… ¿Hay alguien a quien no se lo hayas contado amorcito? – exclamó – ahora más indignada, levantándose furiosa los brazos mientras acudía al baño para refrescarse, estaba exhausta con la tensión vivida.

Pensé que éramos sus amigos, pero después de lo que nos ha propuesto, creo que nunca más pisaré ese departamento, exclamaba Renata, dos pisos más arriba. No seas exagerada, lo seguimos siendo – le contestó Ángelo– intentando calmarla. Lo serán para ti, lo que es para mí, Max murió como amigo después de lo que nos ha dicho. Te juro no puedo creer lo que nos propuso, más encima después de su discurso del milagro y todo eso. Quiso embaucarnos con la transformación de su vida. Te prometo que por un momento le creí, argumentaba ella, mientras se cepillaba el pelo, y después salirnos con algo tan indecente… ¿Te das cuenta? Ese tipo es un carajo, ni siquiera el infarto le hizo cambiar. Estoy segura que lo tenía todo planeado mucho antes de su viaje. A mí no me viene ahora con esa parafernalia que montó del famoso milagro del niño… ¡Ay! Tengo tanta rabia – se decía- mientras se paseaba, dando tirones con su cepillo a su crespa cabellera. Pobre amiga, nunca pensé que su esposo, fuese capaz de proponernos tamaña locura. Pero amor trata de entenderlo… a su manera él sigue pensando que todo se puede comprar, está acostumbrado a transar, ese nos guste o no, es el mundo que conoce, no tiene otra forma de ver las cosas… ahora sin duda, que el suceso de Calcuta lo afectó, sino no nos hubiese propuesto eso… de algún modo lo entiendo, no lo justifico, pero en el fondo creo entenderlo – repuso serenamente Ángelo. ¿Qué se creerá ese mal nacido? -reclamaba ella - de seguro, consiguió con sus amigos bancarios todo nuestro historial económico, por eso nos ofreció tanto dinero –para que no pudiésemos decirle que no… Pues claro mujer, imagínate, es nada menos que un millón de euros. Sanearíamos nuestras deudas, y después podríamos viajar, comprar propiedades e inclusive si gustas nos podríamos ir de aquí… y nunca más saber de ellos. Ángelo no es un juego lo que él pretende… ni siquiera midió las consecuencias. Podrá ser muy bueno negociando, pero una cosa así, no tiene precio, definitivamente no tiene precio.
Estaba molesta, se sentía manoseada por la situación, vulgarmente Max le había puesto valor a su honorabilidad.  Aún en el caso de que se fueran, la sola idea no la dejaría en paz nunca más. Cómo al enfermo de cáncer, de pronto la propuesta le provocaba una metástasis mental que se ramificaba desde su inconsciente por todo su ser, dejándola totalmente descompuesta.
Las dudas que en algún momento tuvo por su marido volvieron con mayor intensidad, siempre creyó que Renata le atraía. No podía desconocer lo atractiva que era, y recordó que siendo adolescentes los jóvenes la preferían siempre a ella. Por eso al escuchar la propuesta de Max, miró de inmediato a su esposo a los ojos, para ver su reacción, pues pensó que la buscaría con su mirada. Sin embargo, notó que lejos de molestarse sonrió nervioso. De no haberse levantado furiosa, de seguro él habría cerrado el trato.
Pese a haberlo negado una y otra vez, su mujer tenía razón, siempre se sintió atraído por Renata. Sobretodo después de lo vivido en su depto. Celebraban el octavo aniversario de matrimonio con Max. La acompañó a buscar hielo a la cocina, sin tener en ese instante ni la más mínima intención en coquetearle. Culpó al calor de la noche veraniega, su polera escotada y el licor consumido, lo que le llevaron a besarla. El miedo a ser descubiertos, fue el motivo porque se apartó. Nunca más volvieron a tocar el tema, y desde entonces solían evitarse. Aunque debía reconocer que más de una noche se vio soñando fantasías con ella.
La propuesta de Max, había despertado el deseo reprimido por Renata, se sentía alterado desde entonces. Se sentía desnudo frente a la mirada inquisidora de Francesca, por eso se había refugiado en la cocina. No quería que lo siguiera presionando, no se hallaba preparado para ocultarlo más, su matrimonio se quebraría en mil pedazos. Su mujer, noble a su condición napolitana no lo perdonaría nunca. No podía darse el lujo de perder a sus hijos.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Renata mientras se bañaba, su instinto de mujer también le hizo notar el nerviosismo de Ángelo. El beso en la cocina, vino tal avecilla a posarse en su memoria. Nunca se atrevió a entender esa situación, pero sin lugar a dudas el beso de Ángelo, le movió el piso. En la habitación Max, como tantas otras veces dormía. A veces, sentía que cuidaba en vano su cuerpo. Siempre estaba cansado, demasiado ocupado por sus negocios, que lejos se hallaba del amante apasionado con el que se había casado hacía ya doce años. Las noches de pasión de los primeros años se diluyeron con la esperanza de los hijos que nunca llegaron y ahora pese a vivir como reina se sentía tremendamente sola. De alguna forma tenía envidia de su amiga, ella y Ángelo formaban una bonita familia, junto a las gemelas. Esa noche se sintió turbada, sus sueños no la dejaron dormir tranquila.
Entonces ocurrió. Una tarde al regreso del trabajo se encontró a solas con Ángelo en el ascensor. Se saludaron nerviosos, y quedaron silentes, mientras el lenguaje de sus cuerpos bailaba en derredor. Lucía un vestido de seda que delineaba su delicada figura, quiso asirla, pero se contuvo, sin sospechar que ella también en el fondo lo deseaba. Se despidieron sin cruzar miradas, ambos sabían que huían el uno del otro.
Francesca tenía ganas de llorar, su sexto sentido le decía que Renata estaba de algún modo metida en la cama, junto a ellos. No sólo estaban distantes por la discusión, sabía que su esposo estaría pensando en ella. Y lo estaba. Por más que cavilaba que no era lo correcto, su mente le incitaba al pecado con la mejor amiga de su esposa. Nunca imaginó que el beso aquel, hacía ya tanto tiempo podría volver con tanta fuerza y deseo a su memoria. En el fondo deseaba volver a besarla, tenerla entre sus brazos, poseerla. Se durmió abrigando ese deseo.
Los días volvieron a su normalidad, Max volvió a salir de viaje. Pese a quedarse en casa las últimas dos semanas, e intentar hacerle el amor como antaño, tuvo que aceptar que ya no eran los mismos, no tenían la fuerza ni las ganas, hasta las caricias se fueron desgastando con el tiempo. Al final, Renata añoraba su partida.
Francesca lo recibió distante. A pesar que no habían vuelto a conversar de la propuesta, e intentaban volver a la cotidianeidad no lo lograban. Ella pensaba que lo mejor era separarse. Ángelo se sentía culpable y buscaba refugio en sus hijas. La relación de pareja se estaba deteriorando. Dejó a su esposo con las niñas y salió.
Renata no supo que decir, cuando la vio en la puerta de entrada, pero antes de que pudiera excusarse, Francesca ya había entrado en el departamento y con un tono tirante exclamó – tenemos que hablar. Ambas amigas se sinceraron compartiendo una botella de vino, fumaron, rieron, lloraron juntas cómo en la adolescencia. Antes del amanecer se despidieron. Ángelo le había dejado una nota en la mesa del comedor antes de partir al trabajo, que ni siquiera leyó. Se desplomó en el sofá, agotada. Sus hijas le despertaron al amanecer. ¡Niñas nos vamos de viaje! Les dijo – y las pequeñas saltaron de alegría.
A su regreso Ángelo encontró una carta al lado de su nota sin leer.
Dos semanas más tarde, entregaba las llaves del departamento al agente.
Max volvía de viaje, con papeles de adopción en su maletín firmados por una pareja en Dubai. No celebraron la noticia como esperaba. Desde la ventana, Renata vio el auto de Ángelo perderse, y una lágrima rodó por su mejilla.

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De vez en cuando





De vez en cuando, de cuando en vez, solía decir mi abuelo. Puedo verlo masticando tabaco mientras arreglaba las flores en el jardín. Es por él, que intento tener un poco de verde, en los escasos metros donde vivo con mi mujer. Extrañamente a lo que pudiese pensarse, no le llaman mucho la atención las plantas, las escasas que hay en el departamento las he comprado yo. De algún modo, intento con ellas, traer el recuerdo de mi abuelo y su placer por la tierra y la naturaleza. Más de una vez cuando niño, lo encontraba rígido como un sabueso mirando entre las hojas totalmente ensimismado. Me acercaba en puntillas, allegándome a su lado sin hacer ruido, mientras por señas me instaba a apreciar un pequeño insecto entre las flores. Tenía una verdadera admiración por aquellas minúsculas criaturas. En una ocasión, lo sorprendí con la cabeza inclinada mirando las páginas de un libro, me llamó la atención que no estaba dormido y al observar sobre su hombro me sorprendí con una diminuta arañita que paseaba por las hojas. Era tan pequeña, que cuando se quedaba quieta se mimetizaba con las letras. Esas cosas que tenía él, me fueron enseñando a contemplar el mundo, y hago hincapié en la palabra contemplar, pues solía repetírmela como si fuera necesario me quedara grabada a fuego. La mayor parte del tiempo paseábamos por el campo, en compañía de su fiel perro, un hermoso can, que encontramos en una de las tantas caminatas. La abuela se puso furiosa, cuando nos vio llegar con ese canino huesudo y sucio en los brazos de mi abuelo. Lo cierto, es que bastó un guiño cómplice, mientras ella seguía protestando en la cocina, para entender que se quedaría. De inmediato, corrí al negocio de don Manuel a conseguirme una caja para que durmiera fuera, sobre un chaleco viejo que ya no usaba. Poco a poco, el cholo con su cola eléctrica y sus enormes ojos, fue conquistándola, y terminó siendo inseparable. Por las tardes se tendía a sus pies en la cocina, entre la preparación de alguno de sus guisos o sus ricos kuchen que de vez en cuando, nos deleitaba a la hora del té. La abuela, de origen germano, tenía un carácter duro, pero en el fondo era la mujer más bonachona que he conocido. Sus manos regordetas eran torpes y bruscas con las caricias, pero santas en la cocina y con el abuelo lo sabíamos. Se molestaba si los platos no quedaban limpios, una se pasa todo el día cocinando replicaba cuando dejaba restos, y a pesar que se los daba al cholo, no dejaba de reprochármelo cada vez que podía. Era yo quien la abrazaba cuando lavaba la loza, o tejía sentada en el portal, al tiempo que mi abuelo, intentaba leer una de sus famosas novelas, lo cierto es que la mayor parte de las veces, quedaban en su regazo, mientras roncaba la siesta. La abuela rezongaba diciendo que se demoraba más en abrir las páginas que en quedarse dormido. No puedo decirles, lo maravillosas que eran las vacaciones con ellos. Por eso, de vez en cuando, me siento en la terraza a contemplar el paisaje tan lleno de cemento donde pasa mi vida, añoro volver a ser el niño que visitaba su casa, esperando con ansias me saliera al encuentro el cholo, al tiempo que en el umbral asomaran la figura de los seres más maravillosos que me pudo tocar en la vida. Cierro los ojos y puedo verles, mi abuelo tomándola por el hombro esperándome con la sonrisa en sus labios, como lo hiciera cada verano de mi niñez.



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El séptimo sentido (de la felicidad)


Sin duda que todos conocemos los cinco sentidos conque la mayoría nacemos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) y suele atribuirse el sexto sentido a las madres, erróneamente (a mi parecer) y digo erróneamente porque el sexto sentido lo tenemos todos, es ese que a veces solemos llamarlo corazonada, ese que te pone alerta de pronto en no confiar, en no firmar ese contrato, en no arrendar cierta casa, en fin…pero sin duda que el más importante de todos es el que yo llamo el séptimo sentido y que tiene que ver con “el sentido por la vida “(el sentido de la felicidad).

Se los voy a explicar de otro modo, un vehículo puede tener dirección hidráulica, frenos abs, airbags, pero nada de eso sirve si alguien no lo conduce. Es por eso que el séptimo sentido pasa a tener la máxima relevancia. Si estás enfermo o estás atravesando un periodo depresivo en tu vida, sin duda que tus sentidos importarán poco, y aun cuando estés sano, sin el séptimo sentido, sólo serás un ser humano que respira y se mueve por la vida.

Es decir, mirarás sin ver, probaras sin degustar, oirás en vez de escuchar, porque si no estás conectado con tu verdadero sentido por la vida, no te conectarás con esencia de la vida ( “ser feliz”), esa que nace en tu alma, porque una vez que te conectas con tu espiritualidad tu cuerpo se enciende energéticamente y comienzas a ver más allá de lo que tu vista logra ver, escuchas lo que las palabras no alcanzan a explicar y tu cuerpo percibe sensaciones que traspasan el sentido del tacto, comienzas en ese instante a vivir. Y cuando afirmo esto, no estoy intentando profetizar, sólo quiero decirte que esto que te digo, lo he descubierto he integrado con el paso de los años, y sólo quiero compartirlo.


Por último, debo decirte que el séptimo sentido se encuentra dentro de ti, y sólo tú tienes la llave para activarlo. Te deseo la mayor de las suertes.

Cuando tener la razón pierde importancia

A veces nos preocupamos tanto por tener la razón que no nos damos cuenta de lo que perdemos. Soy uno de esos que ha perdido más de lo que ha ganado en la vida por defender sus puntos de vistas y lograr tener la razón. La lista es bastante amplia, y la mayoría de las veces el orgullo, me abrazó con tanto ahínco que no me importó perder, así vi partir parejas, ascensos, amistades, oportunidades, etc., etc.

Empero, la vida siempre tiene una mesa para tí dispuesta en la terraza del silencio. Me acomodé en ella acompañado de mi soledad, bebí el café amargo del triunfo, mientras a la distancia, la mesura me hacía una seña. El viento de la contemplación soplaba dulcemente, y el mar de la inconsciencia a lo lejos se agitaba golpeando las rocas de la testarudez. Una gaviota de melancolía, se posó frente a mi, y le dije al orgullo que abandonara mi mesa. Se retiró molesto, haciendo gestos de desagrado y vociferando en mi contra.

La mesura con su pelo escarmenado, se me acercó, rodeó con su brazo mi cuello y me besó tiernamente, haciéndome presa de inmediato. Me incorporé tomándola de la cintura y baile por recuerdos malgastados abrazado a su delicado y perfumado cuerpo, rompiendo con los pasos de mi memoria las fotografías tomadas por el ego. En un acto de descontento, las lancé con furia hacia el olvido, y mi ego desesperado estiraba sus brazos tratando de coger los trozos que enarbolaban por doquier.

Vacié una botella de humildad y me embriague en la noche bañada de estrellas de nostalgias, y me quedé borracho, llorando, mientras la razón se perdía de la mano de mi ego, entendiendo que su partida era mi mayor consuelo.

La Tigresa y el hombre

  Se internó en la caverna del cerro buscando refugio, sin sospechar lo que le traería el destino. Llevaba dos días sin comer, el agua de la...