Amelia


Tenía la costumbre de dejar papel y lápiz sobre el velador. Tan pronto como se despertaba, comenzaba a anotar los detalles de lo soñado. Aquella mañana, más temprano que lo acostumbrado (aún no amanecía), tomó el lápiz y escribió con angustia el sueño, las palabras brotaban unas tras otras, parecían incluso atropellarse por querer salir. Cuando terminó la plana, quiso continuar, pero las letras transcritas comenzaron a mezclarse en un líquido que escurría por el papel para caer lánguidamente al piso. Pensó que aquello era parte del sueño, no le dio importancia, apagó la luz y se recostó. Entonces le pareció sentir el sollozo de una mujer, como si viniera de una pieza contigua. Prendió la luz, y vio sentados sobre un baúl que tenía en su habitación, la figura a medio perfil de dos ancianos. Él la abraza y trataba de consolarla, mientras ella no paraba de llorar.

¡Oh, mi dios, es que no voy a despertar nunca!- se dijo mientras se restregaba los ojos. No podía dar crédito a esa visión. Pero no soportaba que siguieran ahí. Se incorporó y sintió el frío de la mañana en sus pies descalzos, caminó hacia las figuras que se distinguían entre las penumbras, pero al querer tocarlas sus manos las atravesaron como si fueran un holograma. Quiero despertar, ahora, por favor, no quiero seguir soñando, quiero despertar, quiero despertar se repetía una y otra vez. ¿Cómo puedes dormir, después de lo que nos has hecho? exclamó la mujer. Su rostro senil, ceniciento, dibujaba arrugas de penas arrastradas de miles de vidas pasadas, tan ajada se veía su piel, que tenía pequeños desgarros colgantes, cuya pestilencia se había secado con el tiempo. ¿Qué me dices? – inquirió él. Soy Amelia y el Samuel, ¿nos recuerdas? Sí, así les puse a los personajes de una novela inconclusa, que ya ni siquiera recuerdo. Lo ves, ¿lo reconoces ahora? Nos olvidaste, nos abandonaste como tantas otras cosas que has abandonado y mira en lo que nos has convertido. Pero Amelia, tú sólo eras un personaje que existió en mi imaginación ¿de qué me estás hablando?. Sí, lo sé, pero me hiciste amar a Samuel, dejaste que nos enamoráramos y cuando no supiste que hacer con nuestro amor, destruiste el borrador de esta novela, por que junto con ella, aprovechaste de destruirte tú también. Nunca creíste que alguien pudiese amar de ese modo, porque Samuel era aquel hombre que has escondido todos estos años, pero yo me enamoré de ese personaje y te envolví con mi pasión, las horas que pasábamos juntos eras feliz, navegamos por mares de erotismo, sucumbiste en mis brazos tantas noches, mi perfume se impregnaba en tu piel y te seguía por todas partes, me veías en la calle, en un café, en una película. Entonces creíste enloquecer, y comenzaste a quemar lo escrito. Cuando dormías, venía te besaba con tanto ardor, te hacía el amor como nadie, y entonces volvías a mí. Nuestros encuentros se apoderaban de tu mente y escribías, escribías, y querías que nuestra pasión continuara, que no acabase nunca. Pero sucedió lo impensado, Samuel sintió celos de nuestro amor y se negó a participar de nuestro trío, yo traté de impedirlo. Te pedí, te rogué que hicieras algo, pero eso fue demasiado para ti, los celos también te consumieron. El alcohol entró en nuestras vidas, te emborrachabas y maldecías a Samuel, me querías sólo para ti. Vida mía, yo te amaba, pero no podía entrar en tu mundo, sólo era una ilusión. Te ensañaste tanto con Samuel que descargaste toda tu furia contra él y empleaste tanto tiempo en ello, que me olvidaste, y cuando quisiste volver por mí, era demasiado tarde, no eras el amante del que me había enamorado. Dejaste de escribir, dejaste de soñar y te abandonaste.....te amaba tanto...... Amelia, aún es tiempo de revivir nuestro amor, voy a comenzar a escribir, si voy a escribir y volverás a ser mía, mía, sólo mía. Amelia, Amelia, has vuelto mi amor, has vuelto, comenzó a gritar. Ella, dejó caer una lágrima y dijo- ya es tarde amor- debes despertar, despierta amor mío, despierta ya.

No, no, no quiero despertar – gritaba él, mientras la mujer que le tomaba de los brazos le gritaba ¡despierte ya, despierte ya!. Él abrió los ojos, y exclamó Amelia, has vuelto mi amor, has vuelto mi vida. La mujer, le respondía que sí, que había vuelto por él, que debía quedarse quieto, mientras le suministraba el sedante. Luego se dirigió a sus compañeros que traían la camisa de fuerza, y les dijo – no será necesario, ya está tranquilo, mientras le acomodaba la almohada.

Es tan corto el amor


Como dijo el poeta

es tan corto el amor

y tan largo el olvido.

Que simple suena

y que tan compleja

verdad hay detrás;

que triste y clara verdad.

Que fría

tan fría como la sensación

de las gotas de lluvia

que corren por mi ventana

creando un escalofrío

en mi espalda,

y mi voz tiembla

y no es por frío

y mis ojos

se quisieran cerrar

para

no ver la soledad.

*****

Bombardeo en Kabul


El bombardeo soviético no cesaba. La ciudad de Kabul, se hacía cada vez, más insegura. Tarig y su familia, buscaron refugio en un gimnasio de la ciudad que estaba habilitado para los afganos. El miedo se había apoderado del pequeño de 6 años. Al caer la noche, no aguantando más la angustiante situación sus esfínteres le jugaron una mala pasada. Avergonzado decidió arrancar antes de que amaneciera. En el intento fue sorprendido, pero no pudieron impedirlo pese a los gritos delirantes de sus padres y de todos los refugiados que clamaran a que volviera. Fue lo último que escuchó luego de la explosión. Al amanecer fue rescatado treinta metros más lejos. Entre los escombros no había rastros de los suyos, y lo mojado de sus pantalones, pasó desapercibido

Balada de pena peruana


Aquella tarde de diciembre, el sol enardecido abrazaba con tanto ahínco la plaza de Iquique, como queriendo desarmar las tropas encabezadas por el coronel Roberto Silva Renard. El viento del mar se retiraba ahogado por las calles aledañas; mientras la gente atolondrada por el aire raído permanecía en sus casas, esperando el fatal desenlace. Cuando Rosangela se asomó a la ventana, no podía dar crédito a lo que verían sus cándidos ojos; las tropas nacionales rodeaban la plaza Manuel Montt con toda su artillería, cientos de soldados en posición con su fusil prestos a disparar -contra los miles de hombres, mujeres y niños que se hallaban al interior de la escuela Santa María- esperando la orden del coronel que erguido sobre su cabalgadura blanca se mantenía incólume ante el desasosiego que emanaba de los desamparados. El corazón de la joven, se desgarró por la angustia de ver la suerte de su amado en el filo de ese sable que se blandía en el aire, en manos de un hombre que no distinguía la diferencia entre un perro y un niño. Los ojos negros del coronel, eran incapaz de ver -que los que protestaban eran obreros, mujeres y niños por cuyas venas corría sangre chilena, como la de él -. No, la venda que cubría sus ojos compuesta de odio, fue mayor y no dudó en dejar caer minutos más tarde su brazo, dando origen a la peor matanza que haya conocido nuestra historia.

Protegiendo a su madre enferma, el joven Artemio, mantenía en la mirada perdida la dulce sonrisa de Rosangela Sandoval Cárdenas, aquella peruana que conoció cuando apenas llegaba a la ciudad de Iquique junto con cientos de obreros provenientes de las salitreras de Pozo Al Monte, con el sueño de la rebelión, con los bototos gastados, su ropa roída, su piel escamosa, el pelo apelmazado. Entre la muchedumbre que los recibió, el rostro de Rosangela lo cautivó de inmediato. Así, mientras se celebraban las reuniones con los mediadores, el joven Artemio salió en busca de aquella joven, encontrándola a una cuadra de su refugio atendiendo el almacén de su padre. Los cigarrillos, bolsas de té, azúcar o harina, fueron motivos para acercarse a ella. Sólo la noche anterior a la tragedia, los jóvenes lograron verse a escondidas, camuflados entre los miles de obreros que albergaban en la vieja escuela. Rosangela y Artemio, entendieron que aquel amor tendría mal destino; por la tarde habían caminado por la orilla de la playa, y sus cuerpos ardientes se buscaron tras el fulgor de la puesta de sol. Ella le pidió se escaparan, que abandonara su lucha, que viajaran hacia Tacna, allí tenía familiares que los ayudarían, no estaba dispuesta a perderlo ahora que había llegado a su vida. El joven Artemio, sintió que la vida le era demasiado injusta, pero no podía dejar la lucha que inició su padre don Clotario Jiménez junto a su madre y su hermanito, debía continuar por la dignidad de tantos obreros. En esta lucha su padre había perdido la vida; la aridez del desierto fue mayor que sus fuerzas como para el pequeño Nicanor. Los enterró a ambos en la pampa, y juró por ellos llegar hasta las últimas consecuencias. La promesa, lo alejaba ahora de los brazos de su amada; quien se entregó en cuerpo y alma, sobre los tablones de una sala a oscuras. Rosangela llegaba virgen al encuentro con su amado, su cuerpo inmaculado se lleno de caricias y besos, Artemio la amó sabiéndolo, y bajo el pesado aliento de la muerte que contemplaba aquellos jóvenes amantes retobarse en la penumbra, le juró ante dios, su amor eterno que selló con un beso interminable.

El brazo del coronel bajó y las ráfagas de las ametralladoras acaban con los primeros mártires -la madre de Artemio yacía en los brazos del joven- en un arrebato de hidalguía se alzó en medio de la matanza con su madre en brazos y gritó ¡VIVA CHILE MIERDA!, mientras su cuerpo sucumbía acribillado por las balas traidoras.

Al anochecer, las lágrimas de la joven peruana, bañaban el rostro ensangrentado de Artemio, que dejaba escapar una leve sonrisa - pensaba en su amada, cuando sus ojos se cerraron para siempre.

Abismo


A la orilla del abismo el padre inquirió - ¿No estás de acuerdo?, pues entonces, tendrá que ser a mi modo y lo empujó. Padre e hijo cayeron, como enormes piedras lanzadas al vacío. Apenas unos segundos, sintió la angustia de su equivocación, aquel no merecía tal suerte. ¡Esto es una pesadilla! se decía, al tiempo que continuaba cayendo; manoteaba intentando detener la sensación de terror; caía más y más rápido. El abismo totalmente oscuro se había tragado a su hijo. Apenas podía escuchar sus gritos, aullidos desgarradores que despedazaban su alma. Pidió perdón a bramidos, se encomendó a Dios, incluso al mismísimo diablo, todo con tal de que éste se salvara. Trato de excusarse, diciéndose que aquello no era vida, dieciocho años postrados en una silla de ruedas; su muchacho no lo merecía. La incertidumbre de ya no escuchar ni siquiera sus gritos, y el recuerdo de su rostro bañado de pavor antes de arrojarlo; le perforaban el pecho y un llanto con hedor a espanto se le coló por las napias, produciéndole arcadas. De pronto, sintió voces del más allá- está volviendo doctor .Era la voz de su mujer, sí la inconfundible voz de su mujer, ese tono piadoso, que le acompañaba en todo momento difícil. Eso era, estaba soñando. Sara, despiértame por favor, gritaba. Le sujetaban de los brazos. Una era su mujer, ¿quien estaba con ella?, Lucas, ¿su hijo? Que bien, estaba soñando y ellos trataban de despertarle. Despiértenme se los pido por favor, clamaba.

La caída se detuvo violentamente; el abismo se abrió, y apareció una luz brillante. Se tapó los ojos, no podía ver; la luminosidad le cegaba. En eso, escuchó - Papá, ¿Por qué lo hiciste? Se refregó los ojos y pudo ver el cuerpo destrozado de su hijo entre el roquerío. La clavícula asomaba entre la carne abierta y la camisa bañada de sangre, lo mismo que su pierna izquierda totalmente torcida, dejando a la vista el fémur. La escena era espantosa, podía ver el cuerpo de su hijo deshecho, pero aún con vida. Una espuma oscura, mezclada con sangre y saliva le brotaban de su boca. Quiso acercarse y tomarle en sus brazos, pero sus piernas estaban inmóviles. No podía avanzar, por más que lo deseaba.

Las voces volvieron a escucharse. La mujer preguntaba, ¿se va a salvar doctor?, al menos él. Perderlos a los dos no lo soportaría. Es poco probable señora, no se olvide que fueron prácticamente arrollados por el bus. Por suerte su hijo falleció en el lugar. Si su esposo vive, quedará vegetal. Está mintiendo Sara, sólo estoy inconsciente, no tengo nada, amor, sólo debes despertarme Sara, Sara, le gritaba sin que ella pudiera escucharle. Sintió que la abrazaba y le susurraba todo va estar bien.

La enfermera se acercó a la mujer y le tomó de los hombros tiernamente, entonces dijo, debe resignarse. Venga afuera le espera su hija, debe darle la noticia. La vio salir, mientras él se incorporó y salió detrás de ella, quería sorprenderla. Un aire helado recorrió su espalda, se giró y vio la cruda realidad. Su cuerpo yacía en la cama del hospital sin vida.

***

Mientras leía


Mientras leía, pudo notar que las letras de su libro, se iban cayendo lentamente, una a una, como especies de hormigas organizadas, al tiempo que iban dibujando un caminito de letras que se perdía entre las sábanas de su cama. Pensó que era una jugarreta de su vista cansada y el cansancio de los trasnoches acumulados. Cerró el libro, apagó la luz, se acomodó cuan largo era y se internó casi instantáneamente en un profundo sueño. Se veía vagando por las calles, desorientado, su aspecto lucía deprimente, estaba desaseado, sus ropas le daban la apariencia de un hombre de la calle, en su barba hirsuta asomaba algunas canas (como aquellas que ahora teñía en su escasa cabellera). La sensación de verse así, lo angustió, intentó salirse del sueño, pero no podía, algo le indicaba que debía continuar. Caminaba sin rumbo, en su andar, la gente le rehuía (era capaz de sentir su desprecio), él mismo de poder hacerlo, huiría de encontrarse consigo mismo en esas condiciones. Sintió el hedor que expelía de su cuerpo rancio, olor que se mezclaba con sus ropas usadas para dormir por muchos días. En eso, vio la figura de su madre (estaba de compras y ella no podía verle ya que le daba la espalda). Hacía esfuerzos inútiles, para impedir que lo viera de esas condiciones, pero sus pies no obedecían, como si una fuerza maligna, los tuviese poseídos. Se dirigió inevitablemente hacia ella con pasos torpes, dando zancadas con las piernas abiertas entre el gentío, parecía un imbécil. Finalmente llegó a su lado. Su madre giró al sentir la molestia de su pestilencia, al mirarlo, sólo exigió a viva voz, que sacaran a ese mugriento de su lado, ¡quiso gritarle, decir que era su hijo!, pero sus labios parecían sellados. Dos hombres le tomaron por los brazos y lo llevaron en andas, fue lanzado a la calle. Nadie quiso ayudarle. Le miraban con estupor. Lo veían ahí caído, maloliente, le rehuían. Su gruesa rodilla comenzó a sangrar debajo de sus pantalones rotos. Su exceso de peso, le impedía levantarse por si sólo, necesitaba de ayuda, que no llegaba. Caído, veía sólo piernas caminar aceleradamente al pasar por su lado, y otras que se desviaban. Que diferente se veía todo desde ahí abajo donde su cabeza reposaba, mientras su cuerpo desparramado en el cemento, era como un osezno batido. Quiso cerrar los ojos, para despertar de una vez, pero el ruido de la gente, sus murmullos y el sol que le acariciaba el rostro, le hicieron dudar que aquello fuera un sueño, y llegó a pensar que tal vez, se encontrara viviendo una vida pasada. Trataba de interpretar las cosas que ocurrían a su lado, pero todo era borroso y confuso. La sangre seguía corriendo en su rodilla, sentía como latía. De seguro llamaran una ambulancia - pensó. Pero nada de eso pasó. Deseaba moverse pero no lo lograba, no podía su enorme figura, ¿cómo había engordado tanto? de seguro superaba los ciento treinta kilos. Algo no estaba bien,¿si era un ser andrajoso y harapiento, como podía estar tan gordo?. Este sueño, no es muy cuerdo pensó, no me dice muchas cosas. Será mejor que despierte. Abrió sus ojos, y se encontró con la noche, aún yacía en la calle, la gente se había retirado a sus casas, el local de donde había sido arrojado se hallaba cerrado. A la distancia, pudo ver las piernas delgadas y desnudas de dos mujeres con faldas cortas, que se acercaban. ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? preguntó la más joven. Nuevamente no podía decir nada, aun cuando lo intentaba con desesperación. Pobrecito, ya ni habla, dijo la otra y se alejaron. Quiso retenerlas con una de sus manos, pero su brazo fracasó en el intento (le pareció que el mismo era tan corto como la aleta de un lobo marino), las vio perderse al doblar la esquina. Estaba sólo. Se sentía impotente. La sangre de la rodilla, había cesado, ahora sentía un hormigueo desde la rodilla hasta su pié derecho, producto que se le había dormido. ¿Cuanto llevaba ahí? ¿Por qué nadie lo ayudaba? ¿Qué acaso, no había ningún policía, que se hubiese dado cuenta de su presencia? ¿Cómo permitía esta ciudad que un hombre yaciera tumbado en el piso por tantas horas y a nadie le importara? Intentó mover lentamente su gruesa contextura hacia la calle, si, eso haría, se dejaría caer a la calle, para lograr que algún conductor le ayudara, o terminase con esta tortura. Al moverse, algo se le enterró bajo el omóplato izquierdo, era algo filoso, que le punzaba, y que no le permitió seguir arrastrándose. Sentía frío. Los huesos de su esqueleto, le reclamaban un cambio de postura. Decidió cambiar de posición, y como una morsa se acomodó al lado derecho. Otro giro y quedó boca abajo. Al menos su espalda descansaría un poco. El hielo de la noche, se transmitía a través de su rostro aplastado. Su mejilla mofletuda se apegaba al cemento como una masa adiposa que podía absorber la humedad. Una barata se paseo frente a su rostro. Que impresionantemente enorme le pareció aquel insecto desde esta perspectiva. ¿A dónde quería llevarlo éste sueño? No entendía nada, era mejor despertar. En eso unos zapatos bien lustrados, se le acercaron. ¿Qué le pasó? ¿Puedo ayudarle? ¿Se siente bien? ¿Cuál es su nombre?, tenía todas las respuestas en su cabeza, pero no salían de su boca. El hombre buscó la identificación entre sus ropas, encontró su carne de identidad, donde salía su foto, pero sin su nombre, tampoco su número de identificación. ¿Qué es esto?- Se preguntó el policía. ¿De donde lo sacó?, le preguntó, mientras le apegaba el documento a su rostro. Un superior se acercó. Luego de mostrarle el documento y de señalar el hombre que yacía en el suelo, éste último dijo que lo dejaran ahí, no podían llevarse a un N/N. El joven policía, lo colocó nuevamente en sus bolsillos, y antes de irse, le dio un puntapié en las nalgas, pidiéndole que se fuera luego a casa. El hombre se subió al auto policial y se retiraron del lugar. No aguantaba más éste tormento. Pedía a gritos despertar, despertar, comenzó a implorarlo, suplicarlo, hasta que abrió sus ojos y se encontró nuevamente en su habitación. El techo, las paredes de su habitación, el libro aún sobre la cama, el calor de su cama…que alivio, se incorporó contento de haber abandonado su pesadilla, su cuerpo grueso no fue problema esta vez - debía pensar en entrar en un gimnasio - quizás ese era el mensaje del sueño, pensó. Fue a la cocina, bebió un vaso de agua fresca, ¡que dicha!, todo sabía distinto, después de lo soñado, pero al salir de la cocina, su sangre se heló, y la contracción de su corazón, casi terminan con su vida en ese instante, el vaso cayó al suelo, quebrándose en mil pedazos, sintió el salpicar del agua, en sus pies descalzos. No podía ser, no podía ser cierto, se vio sobre su cama durmiendo. Quiso convencerse que estaba despierto, e intentó corroborar que dormía, pero nuevamente sus pies no se movían. Era cierto, aún no despertaba. Seguía en el sueño. ¿Cómo era posible?, sentía que todo a su lado era cierto, podía percibir el frío del piso, su respiración, su agitado corazón que saltaba en su pecho?, incluso el vapor que salía de su boca. Se tiró al suelo y comenzó a arrastrarse hasta la cama. Al llegar al lado de si mismo, pudo notar que ambos cuerpos estaban fríos, ¿qué estaba sucediendo? – se preguntaba. ¿Habré muerto?, no es posible, mi corazón sigue latiendo, incluso el de aquel que yacía a su lado. Cerró los ojos, queriendo sólo volver a meterse en el sueño…¿qué decía? …si estaba en el sueño, entonces ¡despertar!, pero sí estaba despierto…las ideas, chocaban entre sí, unas con otras, se agolpaban en un torbellino asumagado de angustia, apretaba los ojos, las manos, la mascada, aquella sensación era horrible, estaba despierto en el sueño, intentando volver a dormir y no lo lograba. De pronto, sintió que le tiraban de sus pies, abrió los ojos, y se halló nuevamente en la calle, unos curaditos le intentaban robar los zapatos. Al verlos, se les quiso abalanzar pero ellos huyeron asustados. Trataba de gritarles, que no se fueran, que no le importaban sus zapatos, que se los regalaba, pero que le ayudaran a levantarse. Nuevamente, se dejó caer, y esta vez, el golpe en su cabeza fue tan violento que perdió el conocimiento.

Está reaccionando, doctor- dijo la enfermera, de turno.

El hombre abrió los ojos, y se maravilló de la mirada inquieta de la joven, le sonrió, todo era pulcritud a su lado, su cama, el techo pintado de blanco, el celeste de los muros. Pensó que aquello era el cielo. ¿Dónde estoy? – le preguntó a la joven. En el hospital…- respiró, se había salvado, había finalmente despertado. Señorita, ¿por qué estoy aquí?, lo encontraron tirado en la calle señor, a propósito cual es su nombre…extrañamente en su cédula de identidad, figura sólo su foto…

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¿Milagro?

¡Ahí venían otra vez! ¿Por qué se le aparecían esas figuras? Al principio le pareció una distorsión de su mente, pero el niño, la mujer y el...