Juego Sucio


El whisky atravesó su garganta y se dirigió rápidamente a su intestino, como si en éste acto estuviese el ultimátum que le recordara que aún estaba vivo y que no valía la pena la decisión en mente. El sereno nocturno, apenas refrescaba su gruesa figura, aplastada ya por los años. Los ojos sensibles de tanto llorar y el efecto del alcohol, no le permitían ver con claridad las luces de la ciudad. Desde la terraza de su departamento, todo era incierto, luces grandes amarillentas, otras albas más pequeñas, algunas que se batían, otras que se apagaban, las menos que titilaban, habían incluso de aquellas que parecían venírsele encima. Nada parecía real, tal como el desorden de emociones que revoloteaban por su cabeza. Desde la conversación con Laura, había quedado atrapado en una maraña de pasiones que lo envolvía. Lo único que sabía con certeza, era que ese objeto metálico calibre 38 que se hallaba en su portafolio, sería su único alivio. Para su mujer, la adquisición se debía al alto grado de delincuencia en la ciudad, un modo de proteger a la familia; la misma que estaba dispuesto a abandonar para siempre. Tenía varios tragos en su cuerpo, pero aún no se hacía de valor para tomarla y gatillarla en su sien, pese al escozor que le provocaba tanta pena acumulada en su pecho. Parecíale que la miseria de su vida, le incitaba una y otra vez, a poner fin a tanta decadencia. Sentado ahí, con la inmensidad de la bahía enfrente, se percibía tan pequeño, tan miserable, tan insignificante, como nunca imaginó pudiese apreciarse un ser humano. El desahogo de aquella mujer había calado tan profundamente en su ser, que todo el poder que creía tener sobre ella se había esfumado en un segundo, como cual guillotina que cae sobre la víctima y lo decapita. No estaba lejos de aquella sensación.

Cuando Laura entró en su oficina, preparaba un informe financiero, por lo que no se detuvo, sólo atinó a mirarla al notar que permanecía en pié frente a su escritorio. Con una frase metálica que pronunciaba automáticamente cuando trabajaba -musitó- hoy no Laura, no ahora. Porque aquella, estaba sólo para los momentos de soledad, angustia, o simplemente para su capricho. Para él, la mujer que lo envolvía de energía y pasión, se había esfumado en el pasado. Su presencia le incomodaba. Levantó la vista, esperando una escenita, y antes de que empezara exclamó en tono golpeado y ¿ahora qué?. Manteniendo esa actitud distante, indiferente, como venía siendo con ella, ya varios años. Esta vez, le sorprendió su postura. Esa mujer se presentaba allí, en una actitud desafiante, toda ella proyectaba una esencia luminosa, que por vez primera él parecía advertirla. Sus hombros erguidos, dejaban entrever un cuello de cisne aterciopelado, su barbilla alzada le daba un encanto, que nunca antes percibió; la expresión dura de sus labios groseramente pintados en tono escarlata era un claro manifiesto que lo que venía a decir, no sería de su agrado. Se incorporó desconcertado y quiso abrazarla, besó su cuello, pero su frialdad lo mantuvo tan distante que ni siquiera pudo percibir ese perfume de su piel, que antaño le excitara. Entendía que ese no sería uno de esos días. Perturbado; rápidamente revisó en su memoria los días pasados, miró de reojo el calendario, tal vez se trataba de una fecha importante que había olvidado, una invitación, algún regalo prometido, nada, no encontraba algo que lograra descifrar su actitud. Regresó parsimoniosamente a su puesto y se dejó caer sobre el sillón, al tiempo que cruzaba sus manos por sobre su abultado vientre, emitiendo un resoplido como queriendo decir, ¡ya empieza con tus cosas!.

Ella lo miró, y de golpe soltó la primera daga. No te imaginas cuanto te odio, Alberto. Me da asco saber que he permitido todos estos años, me hayas convertido sólo en tu amante. Pero todo en la vida se paga, Alberto, créemelo – al decir esto el sonido de su voz quebró el ambiente y sonrió socarronamente. La desconocía, no recordaba haber visto en ella, nunca esa mueca tan vilipendiosa, ¿qué estaba ocurriendo con Laura?. Aquella fría mujer, vomitaba odio a borbotones, se paseaba frente a él segura, sus caderas apretadas se movían con gráciles pasos de un modo desafiante, el tono lacerante de su voz cortaba de modo quirúrgico cada parte sensible de su piel y lo iban desgarrando hasta lo más hondo de su ser, produciéndole tal grado de desesperación, que pensó que su vida terminaría ahí. Su presión bajó tanto, que la habitación comenzó lentamente a nublarse, la garganta se le secaba, al tiempo que la angustia en su tórax lo iba fatigando. La voz de Laura retumbaba con un eco distorsionado en su mollera y se mezclaba entre la sensación de mareo y náuseas. Intentó pararse, pero sus piernas no respondieron, se dejó caer nuevamente en el sillón, cada vez más asustado, se soltó el nudo de la corbata, el aire le parecía más escaso. Ella seguía expeliendo toda su furia, estaba ensimismada en su propósito; había entrado en su oficina, con la sola intención de acabarlo, destruirlo, cada palabra, había sido meditada la noche anterior, cuando en los brazos de su amante, éste le juraba amor eterno. Entendió en ese instante que su plan había llegado al final. Después de 5 años, compartiendo su lecho con esos dos hombres, sentía su triunfo. Había amado a aquel que quería destruir como nunca amó a otro hombre, fue tan inmenso su amor por él, que terminó por convertirse en una más en su vida, otro títere para su diversión. Desde entonces, se juró con lo último de dignidad que le quedaba que no cesaría hasta vengarse, no estaba dispuesta a vivir con el peso de aquella amargura y elaboró el plan más maquiavélico que pudo pasar por su mente. Lo quería de rodillas, que llegase a saberse tan miserable como ella se sintió algún día. Por eso, disfrutó saber que aquel con quien dormía a escondidas le jurase amor eterno y que ya no podía vivir sin ella. Desde ya tiempo, venía extorsionándolo sentimentalmente, habían sido cinco años, en que cada noche, tejía la telaraña de su trampa mortal. Lo envolvía de pasión desenfrenada, y luego se comportaba como un hielo, se alejaba, le demostraba que Alberto era su dueño, para que sufriera, se humillara una y otra vez, y no estaba en paz hasta que él, le imploraba un poco de amor. Entonces, lo embriagaba y lo seducía sin límites, volviéndolo una presa fácil a sus condiciones. Todo era premeditado, cada caricia, cada beso, cada gesto.

Por eso, no pudo esperar ni un minuto más para presentarse ante Alberto y sin ningún reparo decirle a viva voz, ¡Alberto, hace cinco años que me acuesto con otro hombre!, sí, no pongas esa cara, para que veas que tu estúpida amante, te engañaba, a ti, al todopoderoso Alberto García. Y ¿quieres saber más? está totalmente enamorado de mí, imagínate, de la misma mujercita insignificante, que sólo te complacía. Él si me ama, está perdidamente enamorado de mí, pero no te aflijas del todo, pues él no me interesa en absoluto, sólo fue un títere para vengarme, por que tú, hace mucho que dejaste de interesarme. Cinco años Alberto que me revuelco como una puta con él, mientras tú te conformabas con caricias furtivas. Por eso ya no te buscaba, tenía un hombre joven para mi entretención, y ese hombre Alberto, ¡es tu hijo!

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Hasta el último día


¿Amaneciste enojada, hoy? Debo suponer por tu silencio que sí. Pero, esta vez no voy a caer en tu juego, no esta vez. Anoche fue la última que soporté tus arrebatos. Te ríes, como siempre con esa sonrisa sarcástica que dibujas en ese rostro platinado, como tu pelo, que digo, si toda tú, eres toda platinada. Hasta te maquillas así, como si no existiesen otros colores. Bueno, que alego ahora, si fue eso lo que me atrajo al conocerte, esa expresión de ausentismo, de frialdad, de tristeza, en una muchacha de veintitrés años, terminó por atraparme. Sí, no frunzas el ceño, para que veas, que yo aún recuerdo aquella tarde en que nos conocimos, hace más de 40 años. Me esforcé durante todo este tiempo, en tratar de quitarte ese color sombrío, pensé que con mis atenciones, mi incondicional preocupación por ti a cada instante, iba a iluminarte, liberándote de ese tono mustio, que hablaba de tristezas pasadas. Pese a todos mis esmeros, tú nunca quisiste abandonar el recuerdo ingrato de tu primer marido; y aunque te dejaste querer, siempre estuviste amarrada con cadenas tan fuertes, que todo mi amor no fue suficiente y naufragué en el intento. Luché, bien sabes como luché por conquistarte. No dudé en trabajar y escalar posiciones, para rebosarte de cuidados. Te llevé de viajes como me fue posible, me desmedía en regalos, en darte esto y aquello, pero tus escasas sonrisas, quedaban impresas sólo en algunas fotografías de las ciento que te tomaba. Al regreso, volvías a tu encierro en esta casona, y más aún, a tu calabozo de recuerdos, donde te condenaste con cadena perpetua. Me obligaste incluso a renunciar a tener hijos, todo lo acepté por complacerte. Y así hubiese continuado, si de tanto fracaso, no me hubiese fatigado, quedando incluso sin fuerzas, para buscar un nuevo amor. Me quedé a tu lado, viendo como cada noche te dormías, y amanecías como mi muñeca que tanto adoraba. Sí, una muñeca, eso eras para mí, mi muñeca aterciopelada con mirada ausente, que me instaba a luchar, a creer que el amor lo podía todo, y que al mínimo resplandor de tus ojos, me transportaba por los delirios de mi enfermo amor. Ahora que lo pienso, esa es la mejor definición, enfermo amor, o debería decir, amor enfermizo, o quizás me enfermé con la obsesión de lograr que tú me amaras. Nuevamente dibujas esa mueca, haciéndome sentir aún más torpe, un pobre mentecato que perdió su vida en tratar de robarte algo de cariño, tan ausente en ti, mujer que ahora aprecio enferma. Lamentablemente, fui contagiado con tu veneno, y bebiste hasta el último hálito de mi benevolencia, me usaste todos estos años, para mantenerte presente en esta vida, de la cual te ausentaste a tus veintitrés años, cuando aquel que tú amabas, lo encontraste en los brazos de tu hermana. Aquel día, tu alma se murió, y vagaste por la vida, como una muñeca de cristal, hasta que te atravesaste en mi camino. Maldita bruja, porque me elegiste a mí, porque dejaste que me fuera consumiendo en pro de tu miserable vida, más encima no contenta con ello, me obligaste a que fuera yo él que te hiciera partir, y aquí muerta a mi lado, te observo con ese tono platinado y esa sonrisa sarcástica, como gozando que hasta el último día de tu despreciable vida, me usaste para tus propósitos.


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La Tigresa y el hombre

  Se internó en la caverna del cerro buscando refugio, sin sospechar lo que le traería el destino. Llevaba dos días sin comer, el agua de la...